El pulmón del planeta puede convertirse en una de las principales amenazas para el clima. En períodos de sequía, la inmensa selva amazónica, el mayor bosque primario del planeta, emite mayor cantidad de dióxido de carbono de la que inhala, y esos períodos secos son cada vez más frecuentes por culpa del calentamiento global que, en un círculo vicioso, este fenómeno contribuye a agravar.
Durante un año de precipitaciones normales, la Amazonia, cuyos bosques cubren todavía, pese a la deforestación galopante (ha perdido ya un 18%, y al ritmo actual de destrucción desaparecería en 50 años), una superficie de seis millones de kilómetros cuadrados en ocho países de la América del Sur, absorbe carbono. Pero los años de sequía, envía a la atmósfera más carbono que el que absorbe la vegetación para realizar la fotosíntesis, debido principalmente a los incendios.
Y cada vez sufre más y más largos períodos de sequía. Lo confirmó en diciembre la NASA: la Amazonia ha experimentado en los últimos 13 años un declive continuado de su superficie vegetada por culpa de un acusado descenso de las precipitaciones sufrido durante la pasada década. El fenómeno se concentró especialmente en las zonas oriental y sudoriental de la cuenca. Ello supondría una menor capacidad de almacenamiento de gases de dióxido de carbono. Pero esa tal vez no sea ya la principal preocupación de los climatólogos.
Que la región amazónica puede llegar a emitir más CO2 del que capta lo reveló el año pasado un amplio equipo internacional de estudiosos dirigido por el profesor de Ciclos Biogeoquímicos de la Universidad de Leeds (Reino Unido) Emmanuel Gloor, quien advierte de que "el Amazonas se somete a una tendencia de calentamiento similar a la del resto del mundo. Y, por tanto, también experimenta un aumento tanto de sequías como de inundaciones severas”, que se han multiplicado durante las últimas dos décadas.
Medir el balance de carbono de la totalidad de la Amazonia no es tarea sencilla. Aviones con instrumentos de gran precisión sobrevolaron en 2010 y 2011 la cuenca amazónica para tomar los datos de la concentración de CO2 en el aire en los que se basó en parte el estudio. En tierra, un elevado número de puntos de recogida de información repartidos por toda la región y coordinados por expertos de la universidad también inglesa de Oxford completaron los datos.
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