En apenas unos segundos, la lluvia se convierte en nieve, que se transforma en sol, y que deja, de inmediato, una carretera libre de cualquier adversidad climática. El conductor se quita entonces el cinturón. Pone punto muerto. Y desciende del vehículo. Y las tres pantallas se apagan. "Aquí es donde trabajamos con los pacientes", cuenta Marcos Gómez, director de proyectos de la empresa Dsmg, mientras señala un simulador instalado en el interior de laUniversidad Rey Juan Carlos de Madrid. Con salpicadero y palanca de marchas, con intermitentes y acelerador, y conectado a un ordenador; este aparato recrea los temores de los automovilistas. Su función: tratar a los amaxofóbicos. Es decir, a quienes les aterroriza conducir. Una fobia que, en la mayoría de los casos, no aparece de un día para otro: lleva un proceso.
Como le ocurrió a Sara Martín, de 25 años. Una joven pontevedresa que empezó a temer ponerse ante el volante el primer día que cogió un coche sin pedales en el asiento del copiloto. "Cada día tenía más miedo a estamparme, a que los frenos dejasen de funcionar o que me matase otra persona", cuenta esta chica, afincada en un pequeño pueblo de la provincia gallega. Así que lo dejó y estuvo años sin conducir. Hasta que se vio obligada a ello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario